Después de haber terminado mi relación con el "amor de mi vida", pensé que jamás me iba a volver a enamorar, pero afortunadamente me equivoqué pues, 53 días después de que se derramaran las lágrimas, lo conocí.
El 15 de noviembre fue como cualquier otro día, abrí mis oídos a las 6:05 con la canción de Time de Pink Floyd, que tengo como alarma; luego, a las 6:44 abrí los ojos y segundos más tarde Bach, con su preludio para cello , terminó por despertarme.
Cuando finalmente me resigné que ese no era un día de asueto, me paré de la cama y, terminada mi rutina mañanera, partí al trabajo.
Desayuné un muffin de plátano con nuez, revisé muchísimos correos electrónicos, algunos los respondí, otros simplemente los ignoré; preparé el newsletter para el día siguiente; pedí, revisé y edité artículso de belleza y moda; revisé el facebook y exacatamente a las 14 horas bajé a comer con un amigo.
La comida no estuvo buena, nos sirvieron unas milanesas de res muy grasosas y mal hechas, pero el agua natural de naranja que nos hicieron opacó aquel terrible sabor del plato fuerte. Acompañamos nuestra fresca agua de naranja con un par de cigarrillos, mientras platicábamos. A las 15 horas volvimos a la rutina laboral.
Luego de volver a revisar algunos correos, seguir organizando, editando, posteando y planeando, a las 17 horas apagué mi computadora y partí hacia la libertad junto con mi amigo quien, por cierto, me dio un aventón a Reforma. En lo que llegué a mi destino, platicamos acerca de lo chingón que es escuchar una canción que nos gusta y perder la noción del tiempo y del espacio para dejarnos llevar por el sonido. Fumamos un poco, me despedí y me bajé del auto.
Caminé hasta llegar a la parada del camión, pero antes, me detuve en un puesto de revistas para cambiar la única moneda de 10 pesos que tenía, y como ahora esos camiones ya no dan cambio, me rehusé a regalarles mis 10 pesos y preferí comprar unas Halls de fresa, para eso del aliento fresco.
Un minuto después llegó el camión y dos minutos luego ya estaba sentada en el primer asiento de lado izquiero del autobus.
Mientras escuchaba el Adagio molto e cantable de la sinfonía #9 de Beethoven, el caminión se detuvo y fue en ese preciso momento cuando volteé por la ventana y lo ví.
Es mayor o no sé si lo ha tratado tan mal la vida, sin embargo, su piel rugosa, su look descuidado y las texturas que su piel al unirse con la luz formaban, hicieron que me enamorara de él.
Seguramente si les contara esto a mis amigos me dirían que sufro del Complejo de Electra, pues él es mayor, mucho mayor que yo pero, ¿saben una cosa? ¡Me vale!
Caundo lo vi pensé en bajarme del camión, pero no tuve el valor para correr y abrazarlo y contemplarlo, pero ¡cómo disfruté haber posado mis ojos sobre él!
Sus colores, su textura, su escencia, su experiencia, todo, todo me enamoró. El ansia invadió mi cuerpo; el estómago me empezó a doler (me entró ese dolorcito placentero que muchos nombran "mariposas en el estómago"), mis manos empezarona sudar, en resumidas cuentas: quedé infatuada.
El camión arrancó y tuve que dejarlo ir. Espero volver a verlo y ahora sí poder acercame a él, contarle mis sueños y que él me cuente las mil y un historias que conoce. Mientras tanto, sigo pensando en él.
¿Les mencioné que me enamoré de un árbol?
P.S. Esta historia, de ficción, no tiene ¡nada!
1 comentario:
jajajajjaja
jajajajajaja
Salams hafiziña!
acabo de descubrir tu blog. me dejaste un muy buen sabor de boca.
nos vemos pronto.
besos.
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